En Miguel Schiariti reencontré una pulsión a menudo olvidada en estas primeras décadas del siglo XXI: la de narrar porque sí una buena historia bien contada. El mero placer de emocionar, entretener, revelar, excitar y crear suspenso.

Al libro no le falta nada: amor, humor, crimen, pasiones despiadadas y la compasión del narrador por el azaroso destino humano. Los relatos nos respetan e inquietan a la vez: comienzan con pinceladas invitantes, se despliegan en un conflicto ineludible, rematan dejándonos en vilo. Me burlé de mí mismo, en más de una ocasión mientras los leía, por haberme dejado sorprender por un final de vuelta de tuerca como los que pensé que ya no se hacían. 

Algunas de estas historias me devolvieron la añorada ingenuidad –no de los textos, sino mía– de las primeras lecturas de mi juventud: Horacio Quiroga, Marco Denevi, Cortázar, Arlt.

Del prólogo de Marcelo Birmajer